Conociendo a nuestros adversarios: ERICH HARTMANN
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- Creado en 16 Junio 2005
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Hartmann tuvo más de 800 encuentros con el enemigo
en el aire y era inevitable que alguna vez fuera él mismo el blanco.
Para hacer frente a esta contingencia tenía su método particular:
Vuela derecho y pisa el pedal del timón de modo que
se produzca un ligero derrape que no pueda ser advertido por el
atacante. Si abre fuego, pica con g negativo a derecha o izquierda
sin olvidar el timón durante toda la maniobra. Tu atacante se quedará
colgado del cinturón con g negativo, incapaz de apretar el gatillo.
Con esta maniobra he salvado mi vida varias veces.
Hasta mediados de 1943 no empezó realmente Hartmann
su fulgurante carrera. Al alba del 7 de julio tenía 21 victorias que al
anochecer del 20 de septiembre se habían convertido en 100. Empezó su
leyenda. Se suponía popularmente que volaba un BF 109G con un corazón
sangrante pintado bajo la cabina con el nombre de Usch (su novia),
pero por lo menos alguno de sus aparatos llevaba la leyenda Dicker
Max en el corazón. Su avión suele representarse con un tulipán negro
pintado en el carenado del motor. En realidad sólo voló un avión
marcado de esta guisa cinco o seis veces, en Ucrania. No tuvo suerte en
aquellas misiones, de modo que abandonó el emblema conocido por los
rusos como El Diablo Negro, variante lejana de su indicativo de
llamada no militar Karaya (amor) Uno, perfectamente conocido, por
supuesto, por sus adversarios.
Durante los meses siguientes fueron cayendo un ruso
tras otro ante las armas de Hartmann y el 1 de julio llegó a los 250,
siendo el quinto piloto en lograrlo. Sus métodos, probados y
comprobados, le fueron muy útiles en tanto que otros ases no tan cautos
fueron cayendo por el camino. En marzo de 1945, con 336 victorias, fue
transferido al JG 7 para volar el caza a reacción Me 262. Pero al estar
el aeródromo bajo constantes ataques se limitaron los vuelos y poco
después volvió al JG 52 para terminar la guerra en Rumania. Allí fue
donde se encontró con los Mustangs norteamericanos: derribó siete en
total pero en una ocasión quedo atrapado por ocho de ellos y se vio
obligado a saltar por falta de combustible a pesar de que no había sido
alcanzado.
Poco después terminó la guerra. La marca final de
Erich Hartmann era de 352, de los cuales 260 eran cazas. Solo voló el
BF 109G del cual dejó escrito:
Era muy maniobrable y fácil de manejar. Aceleraba rápidamente, si se
picaba un poco. En maniobras acrobáticas podía entrarse en barrena y
salir de ella con mucha facilidad. Los únicos problemas se presentaban
en el despegue. Tenía un motor muy potente y un tren de aterrizaje
pequeño y estrecho de vía; si se despegaba demasiado aprisa podía dar
un volquetazo de noventa grados. Se perdieron muchos pilotos en el
despegue.
La marca de Hartmann no fue jamás igualada. Pocas
aviaciones tienen 352 aviones para perder a manos de un solo hombre.
VOLANDO EL MESSERSCHMITT BF109G
Empiece subiéndose al plano izquierdo del caza y
vaya hacia la cabina. Agárrese al marco, estire la pierna derecha y
pásela sobre la palanca de control, agachándose bajo la cúpula al
hacerlo. Arrástrese, seguido de su pierna izquierda y siéntese sobre el
paracaídas que está embutido en la concavidad del asiento metálico.
Ahora, las correas. Primero, el arnés del paracaídas y luego los
tirantes de seguridad. Por lo que más quiera, no los enrede. Cualquier
error puede ser fatal. Y apriételos bien. Si tuviera que hacer una toma
de tierra con el tren arriba, probablemente será dolorosa de todos
modos, pero los tirantes apretados serán su seguro. Y si tiene que
saltar y el arnés de su paracaídas está demasiado flojo, le hará ver
las estrellas.
Dentro está todo muy ajustado. Los bordes de la
cabina casi le rozan los hombros, así que mantenga los codos bien
recogidos. El mecánico baja la cúpula y la cierra. Si tiene que saltar
en esta salida, puede dispararla. El techo casi roza su casco de vuelo
de cuero y las ventanas transparentes laterales están solo a
centímetros de distancia. ¡Que estrechez! El asiento es muy bajo y sus
piernas están casi horizontales. Esto es una ventaja en maniobras
pronunciadas pues retrasa la visión gris causada por la disminución de
la presión sanguínea en la cabeza.
Llegó el momento del despegue. Ponga un tercio de
flaps, equilibre para el despegue, hélice en paso bajo, aletas del
radiador abiertas, mezcla rica al máximo, bombee el mando amarillo de
cebado y abra el mando de gases. Un mecánico en el plano derecho
conecta una manivela y empieza a girar el arrancador de inercia,
primero despacio y luego aumentando. Cuando gira a la suficiente
velocidad, saca la manivela y entonces usted puede tirar del mando
negro de arranque. Algún petardeo, bocanadas de humo negro y el motor
cobra vida.
Ahora, a rodar. La inclinación sobre el suelo es
pronunciada y el largo morro bloquea la visión hacia delante. Como no
quiere chocar contra nada, mueva el avión ligeramente a uno y otro lado
mirando a través de las ventanillas. La carrera es áspera y usted nota
todos los baches.
¡Despegue! Mando de gases suavemente atrás
(contrariamente a lo normal en aparatos rusos y anglosajones, en los
que se aceleraba adelantando este mando) y el Daimler-Benz deja oír su
característico crepitar, como la canción El Yunque de Thor. Fuera
frenos, y la aceleración le oprime la espalda contra el asiento. Una
ligera presión de timón a la derecha para compensar el par de torsión y
mantenerlo derecho. Palanca adelante, poco a poco. El morro se levanta
y ya puede verse algo hacia delante. Aguántelo, si lo deja alzarse
demasiado pronto lo haría volcar de costado, mal asunto. Aumenta la
velocidad, 185 km/h es suficiente; tirar suavemente de palanca y dejar
que el avión empiece a volar.
Tren arriba, flaps arriba, aletas del radiador
cerradas, palanca atrás. El 109G sube como un pájaro a unos 900 metros
por minuto, velocidad indicada poco más de 250 km/h. Los controles
responden, un poco pesados, pero se sienten muy bien. Nivele y
¡listo
para la acción! Quite la guarda de seguro que cubre los interruptores
de fuego en la palanca de control. Encienda el visor de tiro y
aparecerá una circunferencia amarilla con cruz filar en el alza,
desplazada a la derecha, delante de su ojo de apuntar. Ya está usted
listo a todo evento.
Eche una rápida ojeada, sobre todo hacia el sol. De
ahí es de donde vienen. No vuele demasiado cerca de la parte superior
de las nubes: lo verán desde una distancia de varios kilómetros sobre
el fondo blanco. Realmente, la visión hacia fuera no es demasiado
buena; el marco del parabrisas y la montera pueden ocultar toda una
bandada de cazas rusos, de modo que mueva la cabeza para mirar a los
puntos ciegos, sobre todo hacia atrás. Serpentee ligeramente para poder
comprobar también por debajo de la cola y cubrir a su pareja.
Hora de regresar. Debajo de nuevo. Rodee el campo y
enfile para la toma. No deje que la velocidad caiga demasiado. Tren
abajo, flaps al máximo. Esta usted muy ocupado y aquí es donde empiezan
las angustias de muchos pilotos del 109. Morro alto y mucha potencia
mientras aumenta el ángulo de ataque y crece la resistencia. Cuando la
velocidad baja hasta 160 km/h el plano izquierdo se hace pesado.
Compense la palanca a la derecha, pero suavemente. Si la velocidad
disminuye demasiado aprisa, baje el morro un poco; haga lo que haga, no
aumente ahora los gases: si lo hiciera, el par de torsión le haría
inclinarse incontroladamente a la izquierda y ya no tiene altura
suficiente para recuperar. Déjese caer a unos 135 km/h. Los neumáticos
chirrían, mando de gases adelante y de pronto su grácil pájaro está
brincando y saltando sobre la hierba. No frene demasiado fuerte, si lo
hiciera podría capotar. Ya está. Ha llegado. ¡Lo hizo!