Conociendo a nuestros adversarios: ERICH HARTMANN
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- Creado en 16 Junio 2005
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El campeón de todos los ases, con 352 victorias, sobrevivió a la guerra sin un rasguño, aunque fue derribado varias veces. Era un bicho raro, un guerrero nada militarista y se pasó prácticamente toda la guerra en los empleos inferiores. Esto le permitía concentrarse en los asuntos cotidianos del combate aéreo y la supervivencia sin involucrarse en los problemas del alto mando. Su carrera ha sido documentada con considerable detalle, lo que nos permite tener un retrato notablemente claro no solo de su táctica y métodos, sino también de cómo se concibieron.
Hay un hilo ininterrumpido desde los primeros años
de Erich Hartmann. Fue afortunado en sus influencias formativas: su
madre era una temprana aviadora que lo introdujo en el vuelo con
planeadores a la edad de 14 años. Cuando a principios de 1942 aprendió
a volar el BF 109, uno de sus instructores fue el as y antiguo campeón
de acrobacia Erich Hohagen (55 victorias en total) que le animó a
explorar las posibilidades de maniobra del avión. En octubre de 1942 se
incorporó al 9/JG 52 y de nuevo tuvo suerte con sus jefes. El Kommodore
Dietrich Hräbak (125 victorias en total) y su Kommodore Hubertus von
Bonin (77 victorias en total) aplicaban la disciplina en el frente con
cierta elasticidad, lo que también era favorable al nada prusiano
Hartmann. Con un comandante más rígido, como Karl Borris (43 victorias
en total) del II/JG 26 su carrera hubiera podido tomar un rumbo muy
diferente.
También tuvo suerte con sus primeros jefes de
sección. Edmund Paule Rossmann (93 victorias en total) fue un
excelente mentor para el principiante. Incapaz de obligar a maniobras
extremas a su Messerschmitt por tener un brazo herido, Rossmann se vio
forzado a desarrollar tácticas de acecho. Consistían en mantenerse
aparte para sopesar la situación y atacar sólo con la ventaja de la
sorpresa para asegurarse un blanco que no maniobrase, abriendo fuego
desde larga distancia. Esto exigía un alto grado de puntería que, por
fortuna, Hartmann tenía.
Frecuentemente se describe a los ases de caza como
impávidos. Nada más lejos de la verdad. En su primer encuentro con un
avión enemigo Ernst Udet se quedó paralizado por el miedo y fue incapaz
de combatir. Pese a ello llegó a ser el máximo tanteador superviviente
de la Gran Guerra con 62 victorias. Lo mismo puede decirse de Hartmann.
En su primera misión con Rossmann perdió a su guía, fue dominado por el
pánico y terminó aterrizando con el tren plegado al terminársele el
combustible, lejos de su base. Esta humillante experiencia le enseño a
controlar el miedo.
Otros tres jefes de sección contribuyeron a formar
las tácticas del as. De sobra es conocida la dificultad que había para
derribar al tan protegido IL-2. Alfred Grislawski enseño a Hartmann a
apuntar al enfriador de aceite. Esto no sólo exigia una puntería de
primer orden, sino también disparar a corta distancia. La primera
victoria de Hartmann el 9 de noviembre de 1942 fue un IL-2, pero tuvo
que pagar un alto precio. Trozos desprendidos del avión ruso dañaron al
suyo obligándole a un aterrizaje sobre la panza. Los otros dos fueron
Hans Dammers (113 victorias en total) y Josef Zwernemann (126 victorias
en total). Como Grislawski, le enseñaron a cerrar distancias antes de
abrir fuego.
El 27 de febrero de 1943 Hartmann, volando como
Kacmarek de los tres citados se apuntó su segunda victoria. Poco
después aparecieron dos nuevos mentores: Günther Rall, que sustituyo a
von Bonin como Kommandeur, y Walter Krupinski (197 victorias en total,
177 de ellas en el Este). Conocido generalmente como Graf (conde)
Punski debido a su inclinación a vivir la vida en plenitud, Krupinski
habría sido un personaje notable en cualquier fuerza aérea. En el aire
era un pendenciero con la costumbre de meterse en situaciones
imposibles a las que sobrevivía de alguna manera. Hartmann fue
impulsado a ser su Kacmarek y bajo su influjo se animó a acercarse
antes de abrir fuego. Fue Krupinski el que le impuso a Hartmann el
apodo de Bubi (chico), que hizo fortuna.
Hacia finales de 1943 Hartmann había alcanzado
8 victorias y era Rottenführer (jefe de sacción). No tenía libertad
para desarrollar sus propias ideas, que emergían como una amalgama de
los ataques cuidadosamente meditados de Rossmann junto a meter las
narices en la cabina del enemigo de los demás. Muchos años después de
la guerra él mismo lo describía así:
Nunca me importó mucho el duelo aéreo. Jamás lo
practiqué con los rusos. Mi táctica era la sorpresa. Ganar mucha
altitud y si es posible, venir desde el sol. El noventa y nueve por
ciento de mis ataques fueron por sorpresa. Si tenía éxito, me tomaba un
respiro y contemplaba de nuevo la zona.
Encontrarlo (al enemigo) dependía simplemente de
estar donde la acción se concentraba sobre el terreno y en la
vigilancia visual. Las estaciones de tierra nos avisaban por radio de
la posición del enemigo según el sistema de coordenadas de nuestras
cartas, de manera que podíamos buscar en la dirección adecuada y
escoger la mejor altitud para el ataque. Con el cielo cubierto, yo
prefería el ataque a la máxima potencia desde abajo y el sol, porque se
podía divisar al enemigo desde muy lejos contra el fondo blanco del
cielo nublado. El piloto que ve antes al contrario tiene ya ganada la
mitad de su victoria.
El segundo paso de mi táctica era el punto de
la decisión. Esto es, se ve al enemigo y se decide si, o bien se le
ataca inmediatamente, se espera a que mejore la situación o se maniobra
para hacerla más favorable o no se ataca en absoluto. Por ejemplo, si
hay que atacar al enemigo contra el sol, si lo mantiene a la vista el
tiempo suficiente, si el enemigo vuela entre nubes dispersas, se lo
mantiene a la vista el tiempo suficiente para cambiar la posición
respecto al sol o sobre las nubes picando para capitalizar la altitud
en velocidad.
Entonces, se ataca. Da igual atrapar al rezagado o
al que está fuera de la formación. Lo que importa es destruir un avión
enemigo. Hay que maniobrar aprisa y con agresividad y disparar desde
cerca, tanto como sea posible para asegurar el blanco y ahorrar
munición. Yo les decía a mis hombres: No apretéis el gatillo hasta que
el enemigo os llene el parabrisas.
Hartmann tuvo más de 800 encuentros con el enemigo
en el aire y era inevitable que alguna vez fuera él mismo el blanco.
Para hacer frente a esta contingencia tenía su método particular:
Vuela derecho y pisa el pedal del timón de modo que
se produzca un ligero derrape que no pueda ser advertido por el
atacante. Si abre fuego, pica con g negativo a derecha o izquierda
sin olvidar el timón durante toda la maniobra. Tu atacante se quedará
colgado del cinturón con g negativo, incapaz de apretar el gatillo.
Con esta maniobra he salvado mi vida varias veces.
Hasta mediados de 1943 no empezó realmente Hartmann
su fulgurante carrera. Al alba del 7 de julio tenía 21 victorias que al
anochecer del 20 de septiembre se habían convertido en 100. Empezó su
leyenda. Se suponía popularmente que volaba un BF 109G con un corazón
sangrante pintado bajo la cabina con el nombre de Usch (su novia),
pero por lo menos alguno de sus aparatos llevaba la leyenda Dicker
Max en el corazón. Su avión suele representarse con un tulipán negro
pintado en el carenado del motor. En realidad sólo voló un avión
marcado de esta guisa cinco o seis veces, en Ucrania. No tuvo suerte en
aquellas misiones, de modo que abandonó el emblema conocido por los
rusos como El Diablo Negro, variante lejana de su indicativo de
llamada no militar Karaya (amor) Uno, perfectamente conocido, por
supuesto, por sus adversarios.
Durante los meses siguientes fueron cayendo un ruso
tras otro ante las armas de Hartmann y el 1 de julio llegó a los 250,
siendo el quinto piloto en lograrlo. Sus métodos, probados y
comprobados, le fueron muy útiles en tanto que otros ases no tan cautos
fueron cayendo por el camino. En marzo de 1945, con 336 victorias, fue
transferido al JG 7 para volar el caza a reacción Me 262. Pero al estar
el aeródromo bajo constantes ataques se limitaron los vuelos y poco
después volvió al JG 52 para terminar la guerra en Rumania. Allí fue
donde se encontró con los Mustangs norteamericanos: derribó siete en
total pero en una ocasión quedo atrapado por ocho de ellos y se vio
obligado a saltar por falta de combustible a pesar de que no había sido
alcanzado.
Poco después terminó la guerra. La marca final de
Erich Hartmann era de 352, de los cuales 260 eran cazas. Solo voló el
BF 109G del cual dejó escrito:
Era muy maniobrable y fácil de manejar. Aceleraba rápidamente, si se
picaba un poco. En maniobras acrobáticas podía entrarse en barrena y
salir de ella con mucha facilidad. Los únicos problemas se presentaban
en el despegue. Tenía un motor muy potente y un tren de aterrizaje
pequeño y estrecho de vía; si se despegaba demasiado aprisa podía dar
un volquetazo de noventa grados. Se perdieron muchos pilotos en el
despegue.
La marca de Hartmann no fue jamás igualada. Pocas
aviaciones tienen 352 aviones para perder a manos de un solo hombre.
VOLANDO EL MESSERSCHMITT BF109G
Empiece subiéndose al plano izquierdo del caza y
vaya hacia la cabina. Agárrese al marco, estire la pierna derecha y
pásela sobre la palanca de control, agachándose bajo la cúpula al
hacerlo. Arrástrese, seguido de su pierna izquierda y siéntese sobre el
paracaídas que está embutido en la concavidad del asiento metálico.
Ahora, las correas. Primero, el arnés del paracaídas y luego los
tirantes de seguridad. Por lo que más quiera, no los enrede. Cualquier
error puede ser fatal. Y apriételos bien. Si tuviera que hacer una toma
de tierra con el tren arriba, probablemente será dolorosa de todos
modos, pero los tirantes apretados serán su seguro. Y si tiene que
saltar y el arnés de su paracaídas está demasiado flojo, le hará ver
las estrellas.
Dentro está todo muy ajustado. Los bordes de la
cabina casi le rozan los hombros, así que mantenga los codos bien
recogidos. El mecánico baja la cúpula y la cierra. Si tiene que saltar
en esta salida, puede dispararla. El techo casi roza su casco de vuelo
de cuero y las ventanas transparentes laterales están solo a
centímetros de distancia. ¡Que estrechez! El asiento es muy bajo y sus
piernas están casi horizontales. Esto es una ventaja en maniobras
pronunciadas pues retrasa la visión gris causada por la disminución de
la presión sanguínea en la cabeza.
Llegó el momento del despegue. Ponga un tercio de
flaps, equilibre para el despegue, hélice en paso bajo, aletas del
radiador abiertas, mezcla rica al máximo, bombee el mando amarillo de
cebado y abra el mando de gases. Un mecánico en el plano derecho
conecta una manivela y empieza a girar el arrancador de inercia,
primero despacio y luego aumentando. Cuando gira a la suficiente
velocidad, saca la manivela y entonces usted puede tirar del mando
negro de arranque. Algún petardeo, bocanadas de humo negro y el motor
cobra vida.
Ahora, a rodar. La inclinación sobre el suelo es
pronunciada y el largo morro bloquea la visión hacia delante. Como no
quiere chocar contra nada, mueva el avión ligeramente a uno y otro lado
mirando a través de las ventanillas. La carrera es áspera y usted nota
todos los baches.
¡Despegue! Mando de gases suavemente atrás
(contrariamente a lo normal en aparatos rusos y anglosajones, en los
que se aceleraba adelantando este mando) y el Daimler-Benz deja oír su
característico crepitar, como la canción El Yunque de Thor. Fuera
frenos, y la aceleración le oprime la espalda contra el asiento. Una
ligera presión de timón a la derecha para compensar el par de torsión y
mantenerlo derecho. Palanca adelante, poco a poco. El morro se levanta
y ya puede verse algo hacia delante. Aguántelo, si lo deja alzarse
demasiado pronto lo haría volcar de costado, mal asunto. Aumenta la
velocidad, 185 km/h es suficiente; tirar suavemente de palanca y dejar
que el avión empiece a volar.
Tren arriba, flaps arriba, aletas del radiador
cerradas, palanca atrás. El 109G sube como un pájaro a unos 900 metros
por minuto, velocidad indicada poco más de 250 km/h. Los controles
responden, un poco pesados, pero se sienten muy bien. Nivele y
¡listo
para la acción! Quite la guarda de seguro que cubre los interruptores
de fuego en la palanca de control. Encienda el visor de tiro y
aparecerá una circunferencia amarilla con cruz filar en el alza,
desplazada a la derecha, delante de su ojo de apuntar. Ya está usted
listo a todo evento.
Eche una rápida ojeada, sobre todo hacia el sol. De
ahí es de donde vienen. No vuele demasiado cerca de la parte superior
de las nubes: lo verán desde una distancia de varios kilómetros sobre
el fondo blanco. Realmente, la visión hacia fuera no es demasiado
buena; el marco del parabrisas y la montera pueden ocultar toda una
bandada de cazas rusos, de modo que mueva la cabeza para mirar a los
puntos ciegos, sobre todo hacia atrás. Serpentee ligeramente para poder
comprobar también por debajo de la cola y cubrir a su pareja.
Hora de regresar. Debajo de nuevo. Rodee el campo y
enfile para la toma. No deje que la velocidad caiga demasiado. Tren
abajo, flaps al máximo. Esta usted muy ocupado y aquí es donde empiezan
las angustias de muchos pilotos del 109. Morro alto y mucha potencia
mientras aumenta el ángulo de ataque y crece la resistencia. Cuando la
velocidad baja hasta 160 km/h el plano izquierdo se hace pesado.
Compense la palanca a la derecha, pero suavemente. Si la velocidad
disminuye demasiado aprisa, baje el morro un poco; haga lo que haga, no
aumente ahora los gases: si lo hiciera, el par de torsión le haría
inclinarse incontroladamente a la izquierda y ya no tiene altura
suficiente para recuperar. Déjese caer a unos 135 km/h. Los neumáticos
chirrían, mando de gases adelante y de pronto su grácil pájaro está
brincando y saltando sobre la hierba. No frene demasiado fuerte, si lo
hiciera podría capotar. Ya está. Ha llegado. ¡Lo hizo!