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« : octubre 23, 2004, 01:08:55 pm »
Kurt Gerstein, llamado el "espía de Dios", fue un SS que dio testimonio de las atrocidades cometidas en los campos de concentración alemantes, denunció el exterminio de judíos a la sede de la Nunciatura Apostólica de Berlín donde fue tomado por un agente provocador, y a través de un contacto hizo llegar esa misma información al mismo Papa de Roma donde no le hizieron ni puto caso (por cierto que bajo mi modesta opinión y sin intención de molestar a ningún católico que lea esto; vaya papelón el de la Iglesia Católica Apostólica y Romana durante la II Guerra Mundial, sin tomar partido de forma clara y contundente a favor de los agredidos y más necesitados).
Hay grabada una película sobre este hombre. Un día vi parte cuando puse la tele y la estaban poniendo. No conozco su título, si alguno de vosotros la ha visto y sabe el título le agradecería me lo dijera. He aquí un fragmento de su diario:
"LOS HE VISTO MORIR"
"Una mañana, poco antes de las siete, me anuncian: Dentro de diez minutos llega el primer convoy. DE hecho, algunos minutos después llegó el primer tren de Lyow: 45 vagones con 7.500 personas, de las cuales 1.450 habían muerto ya al llegar. Detrás de las ventanillas provistas de rejas se entreveían niños terriblemente pálidos y aterrados, con los ojos llenos de angustia mortal. Detrás, hombres y mujeres. El tren entra en la estación; 200 ucranianos abren las puertas y hacen salir a la gente de los vagones azotándola con látigos de cuero. Un potente altavoz da las órdenes: "Desnudarse completamente, quitarse también las dentaduras postizas, las gafas, etcétera. Entregar en la ventanilla los objetos de valor". No se dan talones ni recibos. Los zapatos hay que dejarlos juntos, cuidadosamente atados, de lo contrario, en el gran montón de más de 25 metros, nadie podrá emparejarlos después. Luego, las mujeres y muchachas pasan al peluquero, que de dos o tres tijeretazos les cortan el cabello, haciéndolo desaparecer luego en sacos de patatas. El Unterscharführer de las SS que está allí de servicio me dice: "Es mercancía destinada a no sé qué fines especiales para los sumergibles, para dispositivos de cierre hermético y cosas parecidas". Luego comienza a moverse el cortejo. Precedidos.por una joven y bella muchacha, hombres y mujeres, desnudos y sin dentaduras postizas, recorren el paseo. Me encuentro con el capitán Wirth en la rampa, situada detrás delas cámaras de gas. Algunas madres que estrechan a sus recién nacidos contra el pecho suben, vacilan, luego entran en la cámara de la muerte. En un ángulo hay un SS, que, en tono persuasivo, dice a estos infelices: "No os sucederá absolutamente nada. UNicamente debéis respirar profundamente cuando estéis en las cámaras. Eso dilata los pulmones. Esta inhalación es necesaria para evitar enfermedades y epidemias". Alguien pregunta: "¿Qué será luego de nosotros?". "Naturalmente -responde él-, los hombres deberán trabajar, contruir casas y vías militares, pero las mujeres no necesitan trabajar. Sólo si quieren hacerlo, pueden ayudar en las tareas domésticas y en la cocina". Para algunos de esos infelices, estas palabras son un rayo de esperanza, suficiente para que puedan dar sin resistencia los últimos pasos que aún les separan de las cámaras de gas. Pero la mayor parte sabe ya de qué se trata; el olor anuncia cuál v a ser su destino. Suben, pues, la escalerilla, y ven luego todo. Contemplo madres con niños al pecho, pequeños niños desnudos, adultos, hombres y mujeres, todos desnudos, que vacilan, pero que luego entran en las cámaras de la muerte, empujados por los que están detrás de ellos y por los látigo de piel de las SS. La mayor parte no dice una palabra. Una judía de unos cuarenta años, con ojos inflamados, invoca venganza contra los asesinos por la sangre que se derrama. Recibe en la cara cinco o seis latigazos del capitán Wirth, y luego ella desaparece también en la cámara.
Hasta este momento, la gente está esperando en las cuatro cámaras: 750 personas en total; las cámaras son de 25 metros cuadrados cada una.
Transcurren otros veinticinco minutos. Muchos están ya muertos. Se ve a través de la ventanilla; la luz eléctrica ilumina por un momento la cámara. Después de veintiocho minutos, algunos están todavía vivos. Finalmente, después de treinta y dos minutos, todos han muerto. Algunos hombres del jArbeitskommando abren por la otra parte las puertas de madera. Son judíos, y se les ha prometido la libertad y un determinado porcentaje de los objetos de valor encontrados en este terrible servicio. Los muertos en las cámaras de gas están gígidos, estrechados unos contra otros como columnas de basalto. No había espacio para caer o doblarse hacia delante. Se reconoce a las familias hasta en la muerte. Todavía se aprietan las manos rígidas, de forma que cuesta trabajo separarlos a fin de desalojar la cámara para la próxima hornada. Los cadáveres, bañados en sudor, cubiertos de orina, excrementos y sangre, son arrojados fuera. Cadáveres de niños "vuelan" por el aire.
No hay tiempo que perder; los latigazos de los ucranianos golpean a los Arbeitskommandos. Dos docenas de dentistas abren con una pinza las bocas buscando oro. Los que lo tienen son colocados a la izquierda, y los otros, a la derecha. Otros dentistas rompen los dientes de oro y quitan las coronas de las mandíbulas.
El capitán Wirth corre por todas. Está en su elemento. Algunos del Arbeitskommando revisan minuciosamente los cuerpos en busca de otro, brillantes y otros objetos de valor. Wirth me llama: "Observe un poco estas latas de conserva llenas de dientes de oro. Sólo es lo recolectado ayer y anteayer". Luego, con un tono de voz increíblemente vulgar y falso, me dice: "No puede figurarse cuánto oro, brillantes y dólares encontramos todos los días. Mire". Y me lleva entonces a un joyero que administra todos estos tesoros, y me lo enseña todo..."
TREMENDO. PARA AVERGONZARSE DE LA ESPECIE HUMANA. :oops: